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Diálogo en el Infierno entre Maquiavelo y MontesquieuMaurice Joly
 
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el imperio de sentimientos personales que por un instante ofuscaron vuestra razón elevada.
Maquavelo-
Os engañáis, Montesquieu, siguiendo el ejemplo de otros queme han juzgado como vos. Mi único crimen fue decir la verdad a lospueblos como a los reyes; no la verdad moral, sino la verdad política; no laverdad como debería ser, sino como es, como será siempre. No soy yo elfundador de la doctrina cuya paternidad me atribuyen; es el corazón delhombre.
El maquiavelismo es anterior a Maquiavelo.
 Moisés, Sesostris, Salomón, Llisandro, Filipo y Alejandro de Macedonia;Agátocles, Rómulo, Julio César y el mismo Nerón; Carlomagno, Teodorico,César Borgia, he aquí los antecesores de mi doctrina. Paso por alto amuchos y de los mejores, sin mencionar por supuesto la larga lista de losque llegaron después que yo, y a quienes el Tratado del Príncipe nadaenseñó que ya no supieran por el ejercicio del poder. ¿Quién en vuestrotiempo, me rindió un homenaje más clamoroso que Federico II? Pluma enla mano, me refutaba en interés de su popularidad, pero en políticaaplicaba rigurosamente mis doctrinas.¿Por qué inexplicable extravió del espíritu humano se me reprocha loescrito en esta obra? Tanto valdría censurar al sabio por buscar lascausas físicas de la caída de los cuerpos que nos hieran al caer; al médicopor descubrir las enfermedades, al químico por historiar los venenos, almoralista por pintar los vicios, al historiador por escribir la historia.
Montesquieu- 
¡Ho Maquiavelo! ¡Si Sócrates se encontrara aquí para desentrañar el sofisma oculto en vuestras palabras! Por poco que la naturaleza me haya dotado para la polémica, la réplica no me es difícil: comparáis con venenos las enfermedades los males engendrados por el espíritu de dominio, astucia y violencia; y vuestros escritos los instruyen acerca de los medios de contagiar esas enfermedades a los Estados, son esos venenos los que enseñáis a destilar. Cuando el sabio, el médico y el moralista estudian un mal, no es con el objeto de enseñar a propagarlo: es para curarlo. Vuestro libro empero, no hace eso; mas poco me importa, y no por ello me siento menos desarmado. Desde el momento en que no erigís el despotismo en principio y vos mismo lo conceptuáis un mal, me parece que vuestra condena va implícita el ello y al menos en este punto podemos estar de acuerdo.
Maquavelo-
No lo estamos, Montesquieu, pues no habéis captado deltodo mi pensamiento; con mi comparación os he presentado un flancodemasiado fácil de derrotar. La misma ironía de Sócrates no llegaría ainquietarme, pues Sócrates era solo un sofista que manejaba, con mayorhabilidad que otros, un instrumento falso: la
logomanía
. No es vuestraescuela ni la mía: desechamos, pues, las palabras y comparaciones y
 
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atengámonos a las ideas. He aquí la formulación de mi sistema, y dudoque podáis quebrantarlo, porque está constituido de inferencias sobrehechos morales y políticos eternamente verdaderos: el instinto malo es enel hombre más poderoso que el bueno. El hombre experimenta mayoratracción por el mal que por el bien; el temor y la fuerza tienen mayorimperio sobre él que la razón. No me detengo a demostrar estas verdades;entre vosotros, solo los necios de la camarilla del barón Holbach, cuyogran sacerdote fue J. J. Roseau, y Diderot su apóstol, pudieron tener laosadía de contradecirlas. Todos los hombres aspiran al dominio y ningunorenunciaría a la opresión si pudiera ejercerla. Todos o casi todos estándispuestos a sacrificar los derechos de los demás por sus intereses.¿Qué es lo que sujeta a estas bestias devoradoras que llamamoshombres? En el origen de las sociedades está la fuerza brutal ydesenfrenada; más tarde, fue la ley, es decir, siempre la fuerza,reglamentada formalmente. Habéis examinado los diversos orígenes de lahistoria; en todos aparece la fuerza anticipándose al derecho.La libertad política es solo una idea relativa; la necesidad de vivir es lodominante en los Estados como en los individuos.En algunas latitudes de Europa, existen pueblos incapaces de moderaciónen el ejercicio de la libertad. Si en ellos la libertad se prolonga, setransforma en libertinaje; sobreviene la guerra civil o social, y el Estadoestá perdido, ya sea porque se fracciona o se desmiembra por efecto desus propias convulsiones o porque sus divisiones internas los hacen fácilpresa del extranjero. En semejantes condiciones, los pueblos prefieren eldespotismo a la anarquía. ¿Están equivocados?No bien se constituyen, los Estados tienen dos clases de enemigos: los dedentro y los de fuera. ¿Qué armas habrán de emplear en la guerra contrael extranjero? ¿Acaso los dos generales enemigos se comunicaránrecíprocamente sus planes de campaña a fin de preparar sus mutuosplanes de defensa? ¿Se prohibirán los ataques nocturnos, las celadas ylas emboscadas, los combates con desigual número de tropas? Por ciertoque no, ¿verdad? Combatientes semejantes moverían a risa. Y contra losenemigos internos, contra los facciosos ¿queréis que no se empleen todasestas trampas y astucias, toda esta estrategia indispensable en unaguerra? Sin duda, se pondrá en ello menos vigor, pero en el fondo lasnormas han de ser las mismas. ¿Podemos conducir masas violentas pormedio de la pura razón, cuando a estas solo las muevan los sentimientos,las pasiones y los prejuicios?Que la dirección del Estado esté en manos de un autócrata, de unaoligarquía o del pueblo mismo, ninguna guerra, ninguna negociación,ninguna reforma interna podrán tener éxito sin ayuda de estas
 
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combinaciones que al parecer desaprobáis, pero que os hubierais vistoobligado a emplear si el rey de Francia os hubiese encomendado el mástrivial de los asuntos estatales.¡Pueril reprobación la que afecta al Tratado del Príncipe! ¿Tiene acaso lapolítica algo que ver con la moral? ¿Habéis visto alguna vez un Estadoque se guiase de acuerdo con los principios rectores de la moral privada?En ese caso, cualquier guerra sería un crimen, aunque se llevase a cabopor una causa justa; cualquier conquista sin otro móvil que la gloria, unafechoría; cualquier tratado en que una de las potencias hiciera inclinar labalanza de su lado, un inicuo engaño; cualquier usurpación del podersoberano, un acto que merecería la muerte. ¡Únicamente lo fundado en elderecho sería legítimo! Pero ya os lo dije antes y lo mantengo enpresencia de la historia contemporánea: la fuerza es el origen de todopoder soberano o, lo que es lo mismo, la negación del derecho. ¿Quieredecir que proscribo a este último? No; mas lo considero algo de aplicaciónlimitada en extremo, tanto en las relaciones entre países como en lasrelaciónense entre gobernantes y gobernados.Por otra parte, ¿no advertís que el mismo vocablo “derecho” es de unavaguedad infinita? ¿Dónde comienza y dónde termina? ¡Cuándo existederecho y cuando no? Daré ejemplos: Tomemos un Estado: la malaorganización de sus poderes públicos, la turbulencia de la democracia, laimpotencia de las leyes contra los facciosos, el desorden que reina pordoquier, lo llevan al desastre. De las filas de la aristocracia o del seno delpueblo surge un hombre audaz que destruye los poderes constituidos,reforma las leyes, modifica las instituciones y proporciona al país veinteaños de paz. ¿Tenía derecho a hacer lo que hizo?Con un golpe de audacia, Pisistrato se adueña de la ciudadela y prepara elsiglo de Pericles. Bruto viola la constitución monárquica de Roma, expulsaa los Tarquinos y funda a puñaladas una república, cuya grandeza es elespectáculo más imponente que jamás haya presenciado el universo.Empero, la lucha entre el patriciado y la plebe, que mientras fue contenidaestimuló la vitalidad de la república, lleva a esta a la disolución y a puntoestá de perecer. Aparecen entonces César y Augusto. También sonconculcadores; pero gracias a ellos, el Imperio romano que sucede a larepública perdura tanto como esta; y cuando sucumbe, cubre con susvestigios al mundo entero. Pues bien ¿estaba el derecho de parte de esosaudaces? Según vos, no. Y sin embargo, las generaciones venideras loshan cubierto de gloria; en realidad, sirvieron y salvaron a su país yprolongaron durante siglos su existencia. Veis entonces que en losEstados el principio del derecho se halla sujeto al interés y de estasconsideraciones se desprende que
el bien puede surgir del mal; que sellega al bien por el mal
, así como algunos venenos nos curan y un cortede bisturí nos salva la vida. Menos me he cuidado de lo que era bueno y
 
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moral que de lo útil y necesario; tomé las sociedades tal como son yestablecí las normas consiguientes.Hablando en términos abstractos, la violencia y la astucia ¿son un mal? Sí,pero su empleo es necesario para gobernar a los hombres, mientras loshombres no se conviertan en ángeles.Cualquier cosa es buena o mala, según se la utilice y el fruto que dé; el fin justifica los medios; y si ahora me preguntáis por qué yo, un republicano,inclino todas mis preferencias a los gobiernos absolutos, os contestaréque, testigo en mi patria de la inconstancia y cobardía de la plebe, de sugusto innato por la servidumbre, de su incapacidad de concebir y respirarlas condiciones de luna vida libre; es a mis ojos una fuerza ciega, quetarde o temprano se deshace si no se haya en manos de un solo hombre;os respondo que el pueblo, dejado a su arbitrio, sólo sabría destruirse; quees incapaz de administrar, de juzgar, de conducir una guerra. Os diré queel esplendor de Grecia brilló tan sólo durante los eclipses de la libertad;que sin el despotismo de la aristocracia romana, y más tarde el de losemperadores, la deslumbrante civilización europea no se hubiesedesarrollado jamás.¿Y si buscara mis ejemplos en los Estados modernos? Tantos y tancontundentes son que tomaré los primeros que se me ocurran.¿Bajo qué instituciones y qué hombres han brillado las repúblicasitalianas? ¿Durante qué reinados se tornaron poderosas España, Francia,Alemania? Con los León X, los Julio II, los Felipe II, los Barbaroja, los LuisXIV, los Napoleón, hombres todos de terrible puño, y apoyándose conmayor frecuencia en la guarnición de la espada que en la cartaconstitucional de sus Estados.Mas yo mismo me asombro de haber hablado tanto para convencer alescritor ilustre que me escucha, ¿Acaso, si no estoy mal informado, no sehallan estas ideas en parte en
El espíritu de las Leyes
? ¿pudo midiscurso herir al hombre grave y frío que sin pasión ha meditado acerca delos problemas de la política? Los
enciclopedistas
no eran Catones: elautor de las Cartas persas no era un santo, ni siquiera un devoto muyferviente. Nuestra escuela, reputada de inmoral, quizá se hallara máspróxima del Dios verdadero que los filósofos del siglo XVIII.
Montesquieu- 
Sin cólera y con atención he escuchado hasta vuestras últimas palabras, Maquiavelo. ¿Deseáis oírme permitir que me exprese respecto de vos con igual libertad? 
Maquiavelo-
Mudo soy, y en respetuoso silencio he de escuchar a aquel aquien llaman el
legislador de las naciones
.
 
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DIALOGO SEGUNDO
Montesquieu- 
Nada de nuevo tienen vuestras doctrinas para mi,Maquiavelo; y si experimento cierto embarazo en refutarlas, se debe no tanto a que ellas perturban mi razón, sino a que, verdaderas o falsas,carecen de base filosófica. Comprendo perfectamente que sois ante todo un hombre político, a quien los hechos tocan más de cerca que las ideas.Admitiréis, empero, que, tratándose de gobiernos, se llega necesariamente al examen de los principios. La moral, la religión y el derecho no ocupan lugar alguno en vuestra política. No hay más que do palabras en vuestra boca: 
fuerza 
astucia 
. Si vuestro sistema se reduce a afirmar que la fuerza desempeña un papel preponderante en los asuntos humanos, que la habilidad es una cualidad necesaria en el hombre de Estado, hay en ello una verdad de innecesaria demostración; pero si erigís la violencia en principio y la astucia en precepto de gobierno, el código de la tiranía no es otra cosa que el código de la bestia, pues también los animales son hábiles y fuertes y, en verdad, solo rige entre ellos el derecho de la fuerza brutal. No creo, sin embargo, que hasta allí llegue vuestro fatalismo,puesto que reconocéis la existencia del bien y del mal.Vuestro principio es que 
el bien puede surgir del mal 
, y que está permitido hacer el mal cuando de ello resulta un bien. No afirmáis que es bueno en sí traicionar la palabra empeñada, ni que es bueno emplear la violencia, la corrupción o el asesinato. Decís: podemos traicionar cuando ello resulta útil, matar cuando es necesario, apoderarnos del bien ajeno cuando es provechoso. Me apresuro a agregar que, en vuestro sistema,estas máximas solo son aplicables a los príncipes, cuando se trata de sus intereses o de los intereses del Estado. En consecuencia, el príncipe tiene el derecho de violar los juramentos, puede derramar sangre a raudales para apoderarse del gobierno o pera mantenerse en él; le es dado despojar a quienes ha proscrito; abolir todas las leyes, dictar otras nuevas y a su vez violarlas; dilapidar las finanzas, corromper, oprimir, castigar y golpear sin descanso.
Maquiavelo-
Pero ¿no habéis dicho vos mismo que, en los Estadosdespóticos, el temor es una necesidad, la virtud inútil, el honor un peligro;que debía existir una obediencia ciega y que si el príncipe dejara delevantar su mano estaría perdido?
(El Espíritu de las Leyes, libro III, cap. IX)
Montesquieu- 
Lo dije, si, al advertir, como vos lo habéis hacho, en qué terribles condiciones se perpetúa un régimen tiránico, pero lo dije para marcarlo a fuego y no para erigirle altares; para inspirar el horror de mi patria, la que felizmente nunca tuvo que inclinar la cabeza tan bajo semejante yugo. ¿Cómo no veis que la fuerza es tan solo un accidente en el camino de las sociedades modernas, y que los gobiernos más arbitrarios, para justificar sus sanciones, deben recurrir a consideraciones 
 
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ajenas a las teorías de la fuerza? No solo en nombre del interés, sino en nombre del deber actúan todos los opresores. Lo violan, pero lo invocan; por sí sola, la doctrina del interés es tan importante como todos los medios que emplea.
Maquiavelo-
Deteneos aquí; asignáis un lugar al interés, y eso basta para justificar las diversas necesidades políticas, no acordes con el derecho.
Montesquieu- 
Es la Razón de Estado, la que vos invocáis. Advertid entonces que no puedo dar como base para las sociedades precisamente aquello que las destruye. En nombre del interés, los príncipes y los pueblos, lo mismo que los ciudadanos, solo crímenes cometerán. ¡En interés del Estado!, decís. Pero ¿cómo saber si para él resulta beneficioso el cometer tal o cual iniquidad? ¿Acaso no sabemos que con frecuencia el interés del Estado solo representa el interés del príncipe o de los corrompidos favoritos que lo rodean? Al sentar el derecho como base para la existencia de las sociedades, no me expongo a semejantes consecuencias, porque la noción de derecho traza fronteras que el interés no debe violar.Si me preguntáis cuál es el fundamento del derecho, respondería que es la moral, cuyos preceptos nada tienen de dudoso u oscuro, pues todas las religiones los enuncian y se hallan impresos con caracteres luminosos en la conciencia del hombre. Las diversas leyes civiles, políticas, económicas e internacionales deben manar de esta fuente pura.
Ex eodem jure, sive ex eodem fonte, sive ex eodem principio.
Pero es en lo siguiente donde más se manifiesta vuestra inconciencia: sois católico, cristiano; ambos adoramos al mismo Dios, aceptáis sus mandamientos y su moral; asimismo admitís el derecho en las relaciones mutuas entre los individuos, pero pisoteáis todas las normas cuando de trata del Estado o del príncipe. En resumen, según vos,
la política nada tiene que ver con la moral 
. Prohibís al individuo lo que permitís al monarca. Censuráis o glorificáis las acciones según las realice el débil o el fuerte; estas son virtudes o crímenes de acuerdo con el rango de quien las ejecuta. Alabáis al príncipe por hacerlas y 
al individuo lo condenáis a las galeras 
. ¿Pensáis acaso que una sociedad regida por tales preceptos pueda sobrevivir? ¿Creéis que el individuo mantendrá por largo tiempo sus promesas, al verlas traicionadas por el soberano? ¿Qué respetará las leyes cuando advierta que quien las promulgara las ha violado y las viola diariamente? ¿Qué vacilaría en tomar el camino de la violencia, la corrupción y el fraude cuando compruebe que por él transitan sin cesar los encargados de guiarlo? Desengañaos: cada usurpación del príncipe en los dominios de la cosa pública autoriza al individuo a una infracción semejante en su propia esfera; cada perfidia política engendra una perfidia 
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